Cuento infantil
(Por Elizandro Arenas)
Lo que más le gustaba al grillito era saltar y saltar, cuanto más alto saltaba, más contento estaba, saltaba por las tardes entre los alcatraces a la orilla del lago.
Cierto día pensó que podría saltar tan alto, que alcanzaría las hojas de un viejo sauce que se erguía entre la maleza, lo intentó tanto que no se dio cuenta que se le hizo de noche.
Lo intentaré la última vez, se dijo, y de un impulso dio su mejor salto.
Cuál sería su sorpresa al encontrarse en el aire con la criatura más hermosa y dulce que jamás había visto, una luciérnaga que despedía una luz que iluminaba su delicado rostro.
El grillito se olvidó del sauce y de sus saltos, porque se enamoró de ella.
Dio un salto más para volver a verla, pero la centellante criatura, en su vuelo, ya se había alejado.
Al día siguiente fue a buscar flores y encontró las más bonitas del bosque, unas bellas campanitas rosadas, con miel; estuvo toda la tarde haciendo un arreglo para entregárselo a la luciérnaga y declararle su amor.
Con sus patitas lo adornó por fuera con corteza de árbol y en su base ató con gran delicadeza semillas de todos tipos, hasta que consiguió hacer el ramos más bonito que jamás se había visto en ese bosque.
Cuando llegó la noche esperó con ansias en el mismo lugar, para volver a ver a la bella luciérnaga, lo cual no era difícil, porque se hacía notar con el cálido centellar de su pancita.
Tomó las flores y dio un magnífico impulso hasta que logró aferrarse a una de las ramas más bajas del sauce y esperó a que pasara la luciérnaga.
-Señorita-, le dijo al verla, con voz entrecortada, pues estaba bastante nervioso, -le entrego este ramo como signo de admiración, porque estoy enamorado de usted, y… si me correspondiera, me haría inmensamente feliz.
La luciérnaga se quedó suspendida en el aire, agitando sus alas, mientras veía sorprendida el hermoso ramo de flores.
-Discúlpeme usted, caballero,- le contestó, –no quisiera ofenderlo, pero debo decirle que mi corazón ya tiene dueño, por lo que no puedo aceptar su regalo.
El grillito, que era de color cafecito, se puso todo colorado, sin saber qué decir, tomó su ramo, lo escondió en su espalda y le pidió disculpas a la luciérnaga por interrumpirla en su vuelo, todo contrariado saltó de la rama hasta llegar al suelo.
Así estuvo varios días, comiendo poco, distraído, y sin dejar de pensar en su amada, dejó de hacer todo lo que le gustaba y sólo miraba por la ventana de su casita, bajo un viejo tronco, hacia el sauce llorón.
Como cada noche, la luciérnaga voló hasta el lago para tratar de ver a su enamorado, en realidad no lo conocía, jamás lo había visto, pero lo amaba por su maravillosa forma de hacer música, se posaba en la ramita de un arbusto cercano a la orilla y de ahí escuchaba, sin atreverse a acercarse al autor de tan hermosas melodías nocturnas.
Sin embargo, hacía ya varios días que no lo escuchaba, por lo que sólo se paraba en la misma hojita de siempre entre el silencio, mientras una lagrimita caía de sus ojos, pensando que jamás lo volvería a escuchar.
De pronto, del silencio brotó otra vez la música, aunque más melancólica, más hermosa y llena de sentimiento que nunca.
Por vez primera se armó de valor, pensando si no se decidía en ese momento, jamás conocería a su anónimo amado.
Con su pancita parpadeante voló en dirección al sonido y descubrió, sentado a la orilla del lago y viendo hacia el cielo, al grillito, que tocaba y tocaba con sus patitas.
Éste, ante el rechazo de su enamorada, había dejado de ir a cantar frente a la luna reflejada en el agua, pues no había nada que lo inspirara, sin embargo, ese día decidió hacerlo una vez más, y llevado por toda su tristeza, volvió a tocar.
Cuando la luciérnaga lo vio, se asombró tanto y sin hacer ruido se acercó sin que éste la viera, y cuando terminó su pieza, le aplaudió con lágrimas de emoción en los ojos.
El grillito, giró su cabeza desconcertado, para ver quién le aplaudía, y con los ojos muy abiertos se dio cuenta que se trataba de su enamorada, a lo que no daba crédito.
-Sin saberlo- le dijo la luciérnaga, -he estado enamorada de usted todo este tiempo, a través de su música puedo ver su corazón, y sé que es bueno, sensible y talentoso… le ruego me perdone por haberlo rechazado la otra vez, fui una ingenua al no darme la oportunidad de conocerle antes.
Todo el dolor que había en el corazón del grillito desapareció en ese momento, su corazón se llenó de alegría y, sin decir nada, tocó la melodía más alegre que jamás antes se había escuchado en el bosque, tanto que todas la criaturas quedaron maravilladas con el majestuoso concierto, mismo que fue recordado por mucho tiempo en los alrededores del lago.
Por eso, cuando escuches un grillito en la noche, ponle mucha atención, podrá ser una melodía triste, o alegre, pero lo que sí es seguro, es que siempre será una melodía de amor.
FIN
De la colección: Los Cuentos del Abuelo Tom. D.R.: INDAUTOR 03-2007-041915083100-14
Lo que más le gustaba al grillito era saltar y saltar, cuanto más alto saltaba, más contento estaba, saltaba por las tardes entre los alcatraces a la orilla del lago.
Cierto día pensó que podría saltar tan alto, que alcanzaría las hojas de un viejo sauce que se erguía entre la maleza, lo intentó tanto que no se dio cuenta que se le hizo de noche.
Lo intentaré la última vez, se dijo, y de un impulso dio su mejor salto.
Cuál sería su sorpresa al encontrarse en el aire con la criatura más hermosa y dulce que jamás había visto, una luciérnaga que despedía una luz que iluminaba su delicado rostro.
El grillito se olvidó del sauce y de sus saltos, porque se enamoró de ella.
Dio un salto más para volver a verla, pero la centellante criatura, en su vuelo, ya se había alejado.
Al día siguiente fue a buscar flores y encontró las más bonitas del bosque, unas bellas campanitas rosadas, con miel; estuvo toda la tarde haciendo un arreglo para entregárselo a la luciérnaga y declararle su amor.
Con sus patitas lo adornó por fuera con corteza de árbol y en su base ató con gran delicadeza semillas de todos tipos, hasta que consiguió hacer el ramos más bonito que jamás se había visto en ese bosque.
Cuando llegó la noche esperó con ansias en el mismo lugar, para volver a ver a la bella luciérnaga, lo cual no era difícil, porque se hacía notar con el cálido centellar de su pancita.
Tomó las flores y dio un magnífico impulso hasta que logró aferrarse a una de las ramas más bajas del sauce y esperó a que pasara la luciérnaga.
-Señorita-, le dijo al verla, con voz entrecortada, pues estaba bastante nervioso, -le entrego este ramo como signo de admiración, porque estoy enamorado de usted, y… si me correspondiera, me haría inmensamente feliz.
La luciérnaga se quedó suspendida en el aire, agitando sus alas, mientras veía sorprendida el hermoso ramo de flores.
-Discúlpeme usted, caballero,- le contestó, –no quisiera ofenderlo, pero debo decirle que mi corazón ya tiene dueño, por lo que no puedo aceptar su regalo.
El grillito, que era de color cafecito, se puso todo colorado, sin saber qué decir, tomó su ramo, lo escondió en su espalda y le pidió disculpas a la luciérnaga por interrumpirla en su vuelo, todo contrariado saltó de la rama hasta llegar al suelo.
Así estuvo varios días, comiendo poco, distraído, y sin dejar de pensar en su amada, dejó de hacer todo lo que le gustaba y sólo miraba por la ventana de su casita, bajo un viejo tronco, hacia el sauce llorón.
Como cada noche, la luciérnaga voló hasta el lago para tratar de ver a su enamorado, en realidad no lo conocía, jamás lo había visto, pero lo amaba por su maravillosa forma de hacer música, se posaba en la ramita de un arbusto cercano a la orilla y de ahí escuchaba, sin atreverse a acercarse al autor de tan hermosas melodías nocturnas.
Sin embargo, hacía ya varios días que no lo escuchaba, por lo que sólo se paraba en la misma hojita de siempre entre el silencio, mientras una lagrimita caía de sus ojos, pensando que jamás lo volvería a escuchar.
De pronto, del silencio brotó otra vez la música, aunque más melancólica, más hermosa y llena de sentimiento que nunca.
Por vez primera se armó de valor, pensando si no se decidía en ese momento, jamás conocería a su anónimo amado.
Con su pancita parpadeante voló en dirección al sonido y descubrió, sentado a la orilla del lago y viendo hacia el cielo, al grillito, que tocaba y tocaba con sus patitas.
Éste, ante el rechazo de su enamorada, había dejado de ir a cantar frente a la luna reflejada en el agua, pues no había nada que lo inspirara, sin embargo, ese día decidió hacerlo una vez más, y llevado por toda su tristeza, volvió a tocar.
Cuando la luciérnaga lo vio, se asombró tanto y sin hacer ruido se acercó sin que éste la viera, y cuando terminó su pieza, le aplaudió con lágrimas de emoción en los ojos.
El grillito, giró su cabeza desconcertado, para ver quién le aplaudía, y con los ojos muy abiertos se dio cuenta que se trataba de su enamorada, a lo que no daba crédito.
-Sin saberlo- le dijo la luciérnaga, -he estado enamorada de usted todo este tiempo, a través de su música puedo ver su corazón, y sé que es bueno, sensible y talentoso… le ruego me perdone por haberlo rechazado la otra vez, fui una ingenua al no darme la oportunidad de conocerle antes.
Todo el dolor que había en el corazón del grillito desapareció en ese momento, su corazón se llenó de alegría y, sin decir nada, tocó la melodía más alegre que jamás antes se había escuchado en el bosque, tanto que todas la criaturas quedaron maravilladas con el majestuoso concierto, mismo que fue recordado por mucho tiempo en los alrededores del lago.
Por eso, cuando escuches un grillito en la noche, ponle mucha atención, podrá ser una melodía triste, o alegre, pero lo que sí es seguro, es que siempre será una melodía de amor.
FIN
De la colección: Los Cuentos del Abuelo Tom. D.R.: INDAUTOR 03-2007-041915083100-14