Cuento infantil
(Por Elizandro Arenas)
Cuando el sol se acuesta sobre la montaña, y el cielo se pone todo rojo, empiezan a parpadear las estrellas, porque les gusta ver cómo los papás les cuentan cuentos a sus hijos y éstos cierran sus ojitos después de decir una oración.
Tote era una niña que era amiga de las estrellas, por lo que cada tarde esperaba a que cayera la noche, trepada en el manzano que se enseñoreaba siempre alegre al centro de su jardín, miraba al cielo y platicaba con ellas, después de un rato se despedía y se iba a cenar, al escuchar cómo la llamaba su mamá.
Cierta noche notó a una estrella peculiarmente pálida y triste, y habló con ella.
–¿Qué te sucede estrellita, por qué estás tan triste?
Preguntó la pequeña, que pudo sentir en su corazón el pesar del parpadeante lucero.
–El cielo– dijo la estrella entre llantos, –me ha avisado que pronto me voy a extinguir, mi luz se va a apagar, y… ¡no quiero! …
Tote, al ver las lágrimas en forma de brillante escarcha, se conmovió y le preguntó la razón de su futura extinción.
–No lo sé– contestó –dice el cielo que alguna vez todas las estrellas se extinguen, así como alguna vez nacieron, y se van a otro cielo más hermoso e iluminado, donde jamás se apagarán, donde brillan de día y de noche y sus destellos están siempre llenos de felicidad.
Desde ese día, la niña hizo especial amistad con esa estrella, por lo que todos los días subía al árbol para platicar con ella.
La charla era muy interesante, pues su amiga le hablaba de galaxias lejanas, cometas, de todos los soles que hay en el inmenso universo y de las leyes que los rigen, de las personas que viven en otros planetas y sus costumbres.
Conforme pasaban las semanas, la luz de la estrella se hizo más tenue, y su voz, que sólo se escuchaba en la mente de la niña, se hizo más débil y lejana.
Una noche Tote subió al árbol, como lo había venido haciendo desde que conoció a su nueva amiga, y muy triste se dio cuenta de que apenas se podía distinguir su luz.
–Estrellita– le dijo, –Mañana que venga te voy a traer un libro que me está leyendo mi mamá, para que escuches lo maravilloso de la historia, es sobre piratas y barcos fantasmas.
–Hoy… –bajó la estrella su mirada– Será la última noche que pueda platicar contigo, porque mañana ya no brillaré en este cielo, quiero que siempre me recuerdes, por lo que te voy a pedir un favor muy especial.
–Dime estrellita, lo que pidas– le contestó la pequeña entre lágrimas.
–Quiero que hagas un hoyo junto a las raíces de este árbol, y me pongas ahí, luego me cubras de tierra, para que mis restos descansen mientras yo parto a otro cielo, si haces esto, podré encontrar la manera de que siempre me recuerdes.
Tote no entendía nada, empezó a llorar muy fuerte mientras le pedía a la estrellita que no la dejara.
–Haz lo que te pido– centellaron dos chispitas como ojos en el ya pálido lucero, a la vez que sonreía.
La niña entró corriendo a su casa a buscar una pala de jardín, regresó y arrancó un pedacito de pasto al pie del árbol, aún con chorros de lágrimas en los ojos, y empezó a cavar.
Luego trepó por las ramas, tomó a la estrella entre sus manos y bajó cuidadosamente hasta el pie del árbol, puso a su amiga en el hoyo que había hecho y ahí se quedó, mirándola hasta que dejó de brillar y se convirtió en un trozo de piedra opaco y duro.
Antes de extinguirse, la estrellita le dijo que gracias a lo que había hecho, estaría siempre presente en su vida, y le recomendó que nunca se olvidara de echar un vistazo al corazón de las manzanas.
Tote cubrió delicadamente los restos de su amiga sin dejar de llorar, luego fue a casa y pensó toda la noche en ella, mientras veía el hueco que se había hecho en el cielo, hasta que se quedó dormida.
Así pasaron días, semanas y meses, hasta que llegó el tiempo en el que su árbol se vio lleno de deliciosas manzanas, radiantes y doradas por el sol.
Cuando estuvieron maduras y fue tiempo de cosechar, su mami entró por la puerta trasera con una canasta llena, lavó una, la partió por la mitad de lado a lado, y se la dio a su hija para que la probara.
Una gigantesca sonrisa se dibujó en la cara de Tote cuando descubrió que en el corazón de la manzana, ¡estaba dibujada su amiga la estrella!
–¡Mira, mamá, mi amiga la estrella, mi amiga la estrella! – Decía brincando de alegría.
De esta forma, el espíritu del lucero la acompañó por siempre, y aún cuando Tote creció, siguió recordando a su brillante amiga… en el corazón de una manzana.
De la colección: Los Cuentos del Abuelo Tom. D.R.: INDAUTOR 03-2007-041915083100-14
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