Cuento juvenil
Cielo y Tierra
(La historia de Ixchel y Kauil)
Por Elizandro Arenas
Hace muchísimos años, en los tiempos en los que los hijos del sol no habían llegado a nuestras tierras. Cuando los dioses de la luna, los mares y la lluvia eran venerados, existía una gran ciudad, enclavada en la selva a orillas del gran mar turquesa.
Grandes pirámides, edificios y esculturas eran testimonio de la grandeza de este lugar, donde las ciencias, la caza, la pesca, la alfarería y la agricultura eran las actividades principales de los moradores de los alrededores.
Cercanas a esta urbe, había un sinfín de aldeas, en las que vivían la mayoría de las comunidades que con su trabajo daban grandeza a la ciudad, y en una de las poblaciones más activas, vivían los mellizos Ixchel y Kauil.
Los hermanos nacieron una noche de luna llena, bajo el augurio anticipado de que en sus vidas harían grandes cosas… primero nació Ixchel, una niña que con los ojos bien abiertos manoteaba y berreaba en las manos de su madre, que la arrojó al mundo de cuclillas sobre un petate.
Kauil, por su parte, se tomó su tiempo, pasaron casi treinta minutos para que decidiera asomarse a la vida, a pesar de los desesperados y sudorosos intentos de su madre. Nació dormido y así se quedó, en los brazos de su progenitora, quien los abrazó a los dos para amamantarlos.
Crecieron junto a una familia amorosa, el padre de ellos era un hombre callado y trabajador, cuya ocupación era la de trabajar la arcilla y el barro.
Máscaras para ceremonias, ornamentos para las vestimentas decorados con concha nácar y piedras eran su especialidad, aunque también se dedicaba a la elaboración de finas piezas como jícaras, jarrones, lámparas de aceite y platos para diferentes usos.
Mientras Ixchel, después de ayudar en las labores domésticas, pasaba gran parte de su tiempo en los alrededores de la aldea, viviendo sus propias aventuras, imaginando que era un ave y que volaba por los cielos descubriendo mil maravillas por el mundo; Kauil dirigía todos sus esfuerzos a perfeccionarse en el manejo de la arcilla.
Además de practicar fabricando los artículos que su padre intercambiaba en la ciudad por alimentos y otros artículos de utilidad para el hogar, el muchacho daba rienda suelta a su creatividad inventando todo tipo de criaturas fantásticas, tortugas con cabezas de aves y patas de jaguar, serpientes con plumas y alas, sapos con garras y fauces de felino, peces con cabezas de perros y densos plumajes, todos en vivos colores que asombraban y maravillaban a quienes los veían.
Cuando los hermanos ya tenían 11 años y Kauil se preparaba para el siguiente año partir de su hogar, e ir a vivir a talleres en los que trabajaban grandes artesanos para perfeccionar el oficio, les sucedió algo que cambió para siempre sus vidas.
Apenas se asomó el sol de aquella mañana de primavera, cuando Ixchel se levantó de un salto y llamó a su hermano mellizo, Kauil, para recordarle que ese día irían a pescar.
El chico estaba por terminar una figura de arcilla en la que había estado trabajando todo el día anterior, y se quedó dormido hasta muy entrada la madrugada, dándole los últimos retoques, sin embargo, antes de pegar los ojos, tendido en su hamaca, imaginó un par de detalles más que decidió agregar al día siguiente.
Kauil pensó en que a si figura le faltaba algo imponente y extraordinario, algo que se viera poco en las criaturas de la región, que le diera un toque mítico, y tuvo el impulso de hacer varias pruebas con algo de barro, pero recordó su compromiso con su hermana, y con algo de desgano se levantó para acompañarla, como habían acordado.
Miró sus figuras unos segundos y, antes de pensarlo salió del jacal de troncos, palma y lodo en el que vivían, para ir a lavarse.
Cuando se encontró con su hermana y definieron el lugar al que irían, cargaron sobre sus espaldas desnudas las redes tejidas de fibras y algas extraídas de los estanques de los alrededores, y Kauil se enfundó su cuchillo para desollar peces, hecho con un pedazo de coral muy afilado.
Antes de partir, se amarró al cuello un amuleto hecho de barro negro cocido y con una extraña piedra roja incrustada en el centro, que le regaló su abuelo antes de morir, pues consideraba que le daba buena suerte en todas sus empresas, y atribuía a éste un valor especial.
Con el sol del amanecer y las gotas de rocío esparcidas en cada hoja de la densa selva que los rodeaba, los hermanos emprendieron el camino al Gran Río, donde Ixchel esperaba atrapar uno o dos buenos huachinangos para llevar a casa a la hora de la comida.
El sol se colaba por entre la espesa vegetación a lo largo del sendero que los llevaba a su destino, donde revoloteaba todo tipo de coloridas y exóticas aves: quetzales, tucanes y colibríes eran fuente de inspiración para las creaciones de Kauil, mientras que Ixchel, maravillada, contemplaba cómo los pájaros surcaban el cielo, y soñaba con poder volar como ellos y ver la tierra desde el cielo.
Mientras atravesaban una serie de lagunas y pantanos aledaños al río, Ixchel vio a lo lejos algo que se revolcaba entre las plantas acuáticas a la orilla de una zona empantanada.
-¡Mira Kauil!, ¿qué es eso? Se parece a una de tus figuras.
-Es una criatura del fango, decía el abuelo que en los pueblos del norte lo llaman ajolote, una vez me mostró unos grabados… pero nunca había visto uno en la realidad.
-Es como un monstruo chiquito… parece que está enredado en las plantas acuáticas.
Mientras los hermanos se acercaban para verlo mejor, en el agua, una figura enorme se acercaba sigilosamente.
Un gigantesco lagarto había visto al animalito indefenso y al parecer había decidido convertirlo en su almuerzo.
-Kauil pensó en quedarse quieto, para no atraer la atención del peligrosísimo reptil, pero Ixchel, llena de todo el ímpetu que la caracterizaba, empezó a lanzar piedras y palos para tratar de salvar al ajolote de ser devorado.
Su hermano al verla, empezó a hacer lo mismo, y ante la lluvia de proyectiles, el lagarto se vio algo molesto, ya que se dio un par de vueltas en el agua, mostrando varias veces su barriga blanca, se dio la media vuelta, y desapareció en el agua turbia, por donde había venido.
-¿Qué te pasa Ixchel, estás loca?, ¡el lagarto pudo habernos atacado!
-Se iba a comer al animalito, tenía que salvarlo.
Dijo Ixchel, mientras desenredaba como podía al raro anfibio con las manos, al ver lo difícil que era liberarlo, Kauil tomó su cuchillo y cortó las ramas y hierbas que lo apresaban, hasta que lo dejó en libertad.
Lo tenía entre sus manos y lo observaba con curiosidad, cuando de pronto el animal mordió el amuleto que llevaba el joven en el cuello, se lo arrancó y salió disparado por entre los matorrales.
-¡Hey, a dónde llevas eso, es mío!
Grito el muchacho mientras corría tras la criatura a toda prisa.
Su hermana lo siguió, y juntos se fueron internando cada vez más y más en la selva, hasta llegar a un punto en el que nunca habían estado antes.
Cuando parecía que ya habían perdido al ajolote, este reaparecía en algún lugar entre el fango del pantano, los miraba unos segundos y continuaba la carrera.
Su persecución los llevó hasta una zona de piedra caliza donde vieron como el pequeño ladrón de amuletos trepó hasta lo alto y luego desapareció entre las rocas.
Escalaron y alcanzaron a ver que saltaba en las aguas cristalinas de un río subterráneo.
Se trataba de un cenote, un lugar sagrado en el que los sacerdotes y hombres sabios realizaban ceremonias, ofrendas y sacrificios para honrar a los dioses, llamar a la lluvia en tiempos de sequía, pedir por las cosechas y ahuyentar a las plagas.
Los adolescentes, al ver que el anfibio se alejaba nadando, se miraron unos segundos, sólo los suficientes para darse a entender, sin palabras, que seguirían al animalito hasta donde éste fuera.
Su pueblo estaba ubicado en la selva cercana al mar, así que eran ambos excelentes nadadores y buceadores, por lo que no dudaron en tirarse al helado pozo para recuperar la preciada prenda.
En el fondo nadaban entre peces de todos colores, en la transparente agua a través de un sinfín de bifurcaciones, entre el sordo rumor subacuático sólo intercambiaban miradas, y les era difícil seguir al animalito que los había llevado hasta ahí, sin embargo, entre los bancos de peces aparecía y desaparecía constantemente, como queriendo llevarlos a algún lado.
De cuando en cuando los hermanos sacaban la cabeza y tomaban aire en los huecos que se formaban en las rocas blancas que formaban el cenote.
Así, llegaron a una cámara subterránea muy amplia donde, al sacar sus cabezas del agua, vieron algo que los dejó atónitos.
Sentado en una enorme silla de coral blanco, un hombre de edad avanzada, con todo tipo de ornamentas alrededor del cuello y con un penacho que parecía la cabeza de un perro con las fauces abiertas, los miraba fijamente…
Por su brazo reptaba el ajolote al que estaban siguiendo, y de la otra colgaba el amuleto de Kauil.
A su alrededor, por todos lados, cientos de ajolotes se amontonaban unos sobre otros, formando una superficie amorfa en constante movimiento, entrando y saliendo del agua.
Una luz clara y limpia venía de un lugar indeterminado, se podía ver hasta el fondo del estanque que se formaba frente a la planicie de roca blanca en la que estaba el trono del raro personaje, y en las rocas de la parte superior de la cámara se reflejaba el movimiento de las aguas en colores turquesa y azules.
El anciano, que al parecer era un importante sacerdote o algún dios, por el tipo de vestimenta que llevaba, tenía en su cuello todo tipo de collares, de distintas formas, colores y materiales, muchos desconocidos para los hermanos.
Al ver que nadie pronunciaba palabra, Ixchel dijo: -Respetable anciano, ese amuleto es de mi hermano, y queremos que nos lo regrese.
El otro, con una sonrisa mal disimulada contestó.
-Me gusta su collar, tiene poder, seguramente la muerte le teme, cada poderoso amuleto que agrego a mi cuello me da la fuerza para vencerla, estoy dispuesto a concederles cualquier deseo… a cambio de éste.
-Venerable anciano, con todo el respeto que su edad y envestidura le confiere- dijo Kauil, -quiero mi amuleto.
-Espérate-, Ixchel le dio un apretón en el brazo, -¿cualquier cosa que pidamos?
-Cualquier cosa.
-¿Quién eres?-, preguntó Kauil, que aún no estaba nada convencido de deshacerse de su amuleto.
-Que te baste con saber que soy Xolotl, hermano de Quetzalcoatl, y tengo el poder de concederles lo que me pidan.
-¡Quero tener alas!, dijo Ixchel decidida, al mismo tiempo que su hermano le dirigía una mirada de reproche…
-¡Piénsalo, Kauil, ¿no sería fantástico tener alas?, volar por todo el mundo, visitar otros pueblos, conocer lo que hay más allá del mar y las olas, alcanzar el sol…
-¿Y tú?-, preguntó Xolotl, ¿cuál es tu deseo?
En realidad Kauil nunca había deseado fervientemente algo que no tuviera, era feliz con su familia y sus padres, le encantaba lo que hacía, y no deseaba otra cosa, pronto se iría a vivir al centro de las artes, con grandes maestros, y se convertiría en un hombre, así que… ¿qué podría pedir?
Al ver que dudaba, su hermana le rogó: -Pide unas alas como las mías, así, juntos volaremos, podrás conocer otras culturas, y así podrás perfeccionar tu técnica y te convertirás en todo un artista.
-Está bien-, dijo él, ya lo tengo decidido, -quiero tener alas como mi hermana.
-Váyanse por donde vinieron, dijo el anciano, sus deseos serán realidad.
La penetrante mirada no permitía cuestionamientos, así que los dos jóvenes confiaron en su palabra y se zambulleron en el agua para nadar de regreso a casa.
Como todas las mañanas, el sol cálido del Caribe bañó los techos de palma de las viviendas del pequeño poblado, Kauil sintió el sol sobre su cara, y al tratar de levantarse, tuvo una pequeña dificultad, pues sus brazos no le sirvieron para apoyarse, en su lugar, habían crecido un par de alas gigantescas de color café claro con manchas cafés y pequeños detalles en blanco, como las de las águilas, primero se asustó, luego, cuando fue cobrando conciencia, fue recordando todo lo que vivió con su hermana el día anterior, salió fuera del jacal ante la mirada atónita de los que andaban por ahí y de pronto escuchó un grito que venía desde el cielo, allá, muy en lo alto, una figura parecida a la de una ave gigantesca atravesaba los cielos, reconoció la voz y sorprendido llegó a la conclusión de que se trataba de Ixchel.
-¡Kauil, ven, vuela, es lo máximo!
Viéndola, había olvidado por completo que también tenía alas, por unos segundos deseó volar y empezó a moverlas como si estuviera sacudiendo los brazos, sintió una gran fuerza en su espalda y pecho al hacerlo, dio unos cuatro pasos al frente, y antes de darse cuenta, estaba elevándose por encima de los árboles que rodeaban la aldea.
Primero tuvo, miedo, pero conforme tomaba confianza y se habituaba a sus nuevos miembros, una sensación embriagadora lo dominaba, la libertad que jamás había experimentado en su vida la sentía de lleno y de golpe en todo su cuerpo.
El aire cálido pegaba con fuerza en su cara y en todo su cuerpo, y mientras se elevaba, miraba hacia abajo cómo todo lo que había sido su vida, se veía tan pequeño, en un vasto universo que se extendía en un lado por el mar, y en el otro por la selva maya.
Vio de cerca a su hermana, ya en las alturas, que rebosaba de felicidad, Ixchel se lanzaba en picada al vacío y retomaba el vuelo con toda facilidad, hacía espirales y recorría grandes distancias en cosa de segundos…
Él hizo lo mismo, se bañó en el cielo transparente, sintió los vientos helados de las alturas, atravesó algunas nubes solitarias y después de unos momentos de alegría, volvió a tierra, y se posó en las blancas arenas de la playa, frente al mar.
Ixchel lo siguió, se posó a su lado, y aún jadeando, pero llena de emoción lo abrazó con sus gigantescas alas.
-¡Kauil, soy tan feliz, que quisiera llorar de alegría!
Las alas de ella no eran como las suyas, las de su hermana eran unas alas blancas y más afiladas, más bien parecidas a las de los albatros.
-¡Siempre soñé con volar, pero, hacerlo, realmente, es más, pero mucho más hermoso que todo lo que me había imaginado en mi vida!
-Sí, es realmente fabuloso, nunca pensé que las aves pudieran sentir eso, es en verdad la experiencia más emocionante de toda mi vida-, contestó él, quien aún no se acostumbraba a ver a su hermana en su nueva faceta de mujer-ave.
-Vamos, Kauil, volemos volemos lejos, quiero conocer todas esas cosas de las que hablan los grandes viajeros, quiero visitar los grandes imperios de los pueblos del norte, recorrer las planicies y ver las grandes montañas de las que hablan las leyendas.
-¡Sí, vamos Ixchel, quiero ir contigo, quiero entender y conocer el arte que hay en todos esos lugares.
Juntos volaron la mañana entera, dominando desde las alturas las espesas selvas, descubriendo desde los cielos el cauce de los grandes ríos, conociendo montañas que escupían fuego y ceniza… cuando estuvieron cansados, bajaron a una planicie rodeada de bosques, donde encontraron un manantial del que brotaba agua cristalina y pura y bebieron con avidez.
-Tengo hambre-, dijo Kauil.
-yo también-, contestó Ixchel.
Vamos a buscar comida-, dijo ella, y sin pensarlo dos veces, volvió a remontarse en los aires y empezó a volar sobre los árboles en busca de alguno que le ofreciera algún fruto, mientras Kauil la seguía.
Por fin encontraron uno del que colgaban unos dulces mangos y bajaron, la falta de pericia de ambo hizo que se estrellaran en las ramas, y entre hojas y algunos frutos que caían, tuvieron un aterrizaje algo forzoso a la sombra del árbol.
Ixchel empezó a reír, -¡qué divertido, creo que tendremos que acostumbrarnos al tamaño de estas alas!
-Preferiría que fueran retráctiles, o que se pudieran quitar u poner-, dijo Kauil también riendo.
Otro problema se les presentó de pronto, era realmente difícil recoger los frutos del suelo con las alas, Ixchel tuvo que arrodillarse, apoyarse en el suelo con sus alas semi abiertas hacia el frente y tomar uno de los mangos más maduros con sus dientes.
-El anciano nunca dijo que para tener las alas nos quedaríamos sin brazos-, comentó Kauil.
-Hermano, tú siempre le ves el lado negativo a las cosas, es cuestión de tener práctica, poco a poco nos acostumbraremos, dijo ella entre dientes, pues aún sostenía el fruto con la boca.
Como pudo tomó el fruto con el dorso de sus alas y empezó a pelarlo con los dientes, su hermano hizo lo mismo, ahí estuvieron buena parte de la tarde, hasta que devoraron varios frutos, luego siguieron su viaje bajo el sol, que tostaba sus espaldas en su vuelo salvaje hacia lo desconocido.
-Quiero ver el mundo- dijo de pronto Ixchel mientras volaban, en tono decidido, y sin más empezó a volar hacia el sol, que estaba justo sobre ellos.
Kauil la siguió, empezó a volar tras ella, pero, mientras más se alejaban de la tierra, el aire se hacía más frío y les era más difícil respirar…
-Ixchel, tengo mucho frío, siento que me ahogo, tenemos que bajar-, pero ella, en su férrea determinación siguió su asenso, hasta que casi se quedó sin aliento.
Cuando llegó tan alto, que las nubes parecían el suelo, vio a su alrededor, y se sorprendió al contemplar que su mundo era sólo una masa de tierra rodeada de agua, y a lo lejos, del otro lado del mar, le pareció ver otros mundos, luego de eso, no pudo volar más, y se desvaneció en pleno vuelo.
Kauil, que vio como desaparecía en el azul intenso del cielo, observó cómo de repente un punto se aproximaba hacia él a gran velocidad, era su hermana, que en caída libre se acercaba a lo que sería una muerte segura.
Su hermana pasó a su lado cayendo a gran velocidad con las alas extendidas, y él trató de seguirla vuelo abajo, cuando vio que no había forma de alcanzarla aleteando, pegó sus alas a su cuerpo y se lanzó en picada al vacío para seguirla.
En segundos le dio alcance, pues las alas extendidas de su hermana inconciente disminuían la velocidad de su caída.
Dominando el vértigo de tan estrepitosa carrera por el cielo, trato de pegarse a ella, y ante la imposibilidad de usar sus brazos para sostenerla, como pudo la rodeó con sus piernas por la cintura y empezó a tratar de aletear.
La velocidad era mucha, y el peso de su hermana también, lo que hacían que por más que aleteara, no pudiera retomar el vuelo, sintió que casi se le rompían las alas, pero no cejó, hasta que pronto se vio, con su hermana entre las piernas, estrellándose con las ramas de un árbol.
Cayeron heridos en el suelo boscoso, estaban cerca de la parte norte de la Sierra Madre Oriental, lugar que su gente desconocía, y del que sólo habían escuchado relatos de los viajeros exploradores y de visitantes de otros pueblos.
Ambos tenían heridas y raspones por todos lados, su hermana seguía sin recuperar el sentido, y Kauil no sentía sus extremidades.
Se quedó un rato tirado boca arriba sobre la tierra alfombrada de agujas de pino, respirando agitadamente con la boca abierta y su corazón latiendo a una velocidad enloquecedora.
Ixchel estaba mal, seguía sin recobrar el sentido y estaba mar herida, de rodillas y usando su cabez ay hombros, como pudo, Kauil la llevó a la orilla de un gigantesco tronco de pino y ahí la acomodó, Kauil lloró, de desesperación y dolor, pues las heridas causadas por la caída aún le sangraban.
Ahí se quedó junto a su hermana, hasta que anocheció, estaba exhausto y hambriento, sin embargo, el sueño lo venció y se quedó profundamente dormido.
Unos murmullos lo despertaron, se trataba de su hermana, que en medio de su sueño, deliraba.
-Allá lejos-, decía, -del otro lado del mar hay un mundo nuevo, quiero volar allá, quiero explorar esas tierras, son hermosas, bellas y llenas de misterio.
-Ixchel, despierta, estás soñando_ Kauil la sacudió con ternura usando sus alas cafés, ella despertó y lo miró con unos ojos deslumbrados, juraba que había soñado con el nuevo mundo y que estaba lleno de maravillas insospechadas.
El terror se apresó de ellos cuando, en la oscuridad se empezaron a escuchar algunos gruñidos, podrían ser lobos o tal vez otros mamíferos depredadores hambientos, que habían olido la sangre de sus heridas y querían devorarlos.
-¡Ixchel, no puedes volar, estamos a merced de las fieras!
Los dos se hicieron un ovillo y prácticamente se sepultaron entre las hojas, corteza y agujas sobre las que estaban sentados.
Así, sin moverse, esperaron hasta el amanecer llenos de miedo e incertidumbre.
Con la primera luz del día Kauil alzó el vuelo para buscar agua , le dolían los golpes de la caída y le ardían las heridas, pero al parecer, no había fracturas, a diferencia de su hermana, quien aparentemente se había fracturado una ala.
Había caído en cuenta que además de volar, se había agudizado su sentido de la vista, desde las alturas podía ver no sólo los arbustos, sino hasta las pequeñas criaturas que se movían entre éstos.
Desde allá vio lo que parecía el techo de paja de un pequeño jacal y voló hacia éste, cuando llegó se dio cuenta que no había gente en el lugar, pero sí pudo encontrar algo que le serviría de gran utilidad: un recipiente para agua hecho con el estómago de algún animal, ideal para acarrear agua.
Sin pensarlo, lo tomó entre sus dientes y alzó el vuelo, llegó hasta el riachuelo más cercano y llenó la bota con agua, para llevarle a su hermana.
Cuando llegó, ésta ya no estaba donde la había dejado… así que dejó el agua en el suelo y empezó a gritar el nombre de su hermana, temiendo que algo le hubiera pasado.
La muchacha salió de pronto de entre los matorrales, con un racimo de fresas silvestres entre sus dientes.
-Esto de hacer todo con la boca es algo a lo que tendré que acostumbrarme-, dijo ella, mientras dejaba las frutas en el suelo.
De dos saltos su hermano llegó hasta ella y la rodeó con sus alas.-¡Ixchel, pensé que te había pasado algo, estás bien!
-Claro que estoy bien-, le dijo ella, -mientras empezaba a arrancar las frutas con su boca directamente de las ramas, esta ala me duele, pero pronto sanará y podremos ir al otro lado del mar.
La chica parecía extrañamente animada, al parecer no se daba cuenta de la situación que acababan de pasar, y sólo pensaba en sus sueños de aventura.
Esto enfureció al muchacho.
-¡Pero qué es lo que te pasa, estuvimos a punto de morir, estamos aquí sin comida, sin techo, y tú en lo único que piensas es en seguir con tus inútiles aventuras!
-Pero Kauil, ¿por qué te preocupas?, aquí hay comida, en todos lados hay comida, tenemos alas para llegar a ella, tenemos alas para volar y encontrar ríos y lagos para beber, y nuestras alas nos dan cobijo sobre cualquier árbol, en unos días sanaré y nos iremos de aquí.
-Pues yo quiero volver a casa, me duele todo el cuerpo, por salvarte la vida, extraño a mis padres y quiero estar otra vez con mi gente.
-Pero kauil, tenemos toda la vida para eso, ¿no te das cuenta que ahora tenemos frente a nosotros un horizonte de posibilidades infinitas, podemos hacer lo que queramos, ir a donde queramos ¡somos libres!
-Yo siempre he sido libre, y lo que quiero es volver a casa.
Tras decir esto, Kauil se alejó caminando entre los pinos.
-¿A dónde vas?-, preguntó Ixchel.
-Sígueme-, le contestó en tono molesto, -cerca de aquí encontré una vivienda que nos puede servir de refugio.
La pequeña e improvisada choza parecía ser un paradero temporal de las tribus nómadas que habitaban la zona, pero era suficiente para que los hermanos se sintieran protegidos y a salvo.
Transcurrieron algunos días en los que los hermanos se alimentaban de los frutos silvestres de la región, incluso probaron algunas semillas y raícas, y en el caso de Kauil, hasta algunos insectos, que aunque algo amargos, eran bastante nutritivos y llenos de energía y fibra.
La capacidad de recuperación de Ixchel era increíble, cada día estaba más fuerta y sabía que pronto podría alcanzar el cielo nuevamente, por su parte, su hermano parecía sentirse a gusto permaneciendo en un sólo lugar, y hasta siguiendo ciertas rutinas.
Después de dejar su enojo atrás, y de platicar por largas horas en su refugio, acordaron que lo mejor sería volver a casa, decisión con la que Kauil se quedó muy conforme, pues era la primera vez que su hermana dejaba de hacer su voluntad para complacerlo.
Dos días después, con el primer rayo de sol, los hermanos desplegaron sus alas y alzaron el vuelo, solo sabían que volando siguiendo la orilla del mar, por donde sale el sol, llegarían a casa, pues era la ruta más segura que habían tomado los grandes aventureros, quienes habían emprendido viajes que duraban hasta años para llevar noticias de las tierras y pueblos lejanos.
Cuando reconocieron las aguas del mar turquesa, Ixchel descendió súbitamente, y aterrizó en la blanca arena de la playa.
-tengo hambre, dijo, podríamos intentar cazar algunos cangrejos.
A Kauil le pareció una buena idea, sin embargo, sin redes, lanzas, y sobre todo, sin manos, la tarea parecía más que complicada.
Se la pasaron parte de la tarde correteando cangrejos en la arena sin tener mucho éxito.
No hubo mucha comida, pero sí muchas risas y diversión, era bueno pensar que aún eran casi niños, y que a pesar de todos los retos que habían enfrentado, seguían conservando la alegría de la edad.
Por fin, se pusieron de acuerdo, armaron una especie de trampa haciendo un círculo alto de rocas, como una especie de corral, en el que entre los dos acorralarían a los crustáceos hasta meterlos en éste.
Así lo hicieron, y por fin, cuando tuvieron el primero dentro del cerco, Ixchel no dudó en darle un fuerte pisotón en la coraza evitando las tenazas.
Las plantas de los pies de todos los de su pueblo eran duras, ya que pasaban todo el tiempo descalzos, por lo que desde la infancia se les formaba una gruesa costra que les permitía pisar cualquier cosa sin siquiera sentirla.
Su vestimenta se concretaba a un taparrabos y de vez en cuando algunos adornos colgando del cuello, así que no fue problema para ellos, ya perfeccionando la técnica de caza, matar varios cangrejos más a pisotones.
Comieron con avidez la carne cruda, era salada y jugosa, sobre todo la de las tenazas, que pudieron romper con los dientes.
Cuando quedaron satisfechos, se sentaron uno al lado del otro mirando hacia el océano, escuchando el rumor de las olas que acariciaban la playa.
-Es ora de irnos-, dijo Kauil, tenemos que aprovechar lo que queda del día para avanzar lo más que podamos.
-No voy a ir-, contestó Ixchel sin voltear a mirarlo, con los ojos fijos en el horizonte.
No hubo respuesta, un largo silencio siguió al comentario, así se quedaron, con el ruido de las gaviotas como fondo, que se diputaban los restos de los cangrejos a unos pasos de donde se encontraban.
-Kauil-, continuó Ixchel, -cada uno debe seguir su destino, entiendo que el tuyo es estar en nuestro pueblo, al lado de nuestros padres, pero no el mío. He soñado con esto cada día de mi vida, ahora que lo tengo, no voy a renunciar.
-¿Qué harás?-, le preguntó Kauil.
-Extender las alas, dejaré que el viento me guíe, quiero cruzar el mar, seguir el punto en el que sale en sol, guiarme con las estrellas, quiero viajar al nuevo mundo, no soportaría dos días en la aldea sabiendo que existe tanto cielo por recorrer.
-Te entiendo hermana, como tú debes de entender que en esta aventura no puedo seguirte.
-Lo entiendo, y perdóname por arrastrarte tan lejos de todo lo que quieres, a veces creo que lo que yo siento lo debe de sentir todo el mundo… explícale todo a mis papás.
Ahora fue ella la que extendió sus blancas alas y cobijó a su hermano en un cálido abrazo de despedida, luego extendió sus alas y voló sobre el mar, alejándose poco a poco hasta perderse en la línea que divide el cielo azul y el agua turquesa.
Kauil no pudo contener las lágrimas, que mezcladas con la brisa del mar corrían por su rostro, ahí, parado, con los pies hundidos en la arena.
Volvió a su hogar y fue recibido por todos con asombro, nadie había visto jamás a un joven con alas, primero hubo algo de reserva entre los vecinos, pero, cuando vieron que se trataba del mismo Kauil de siempre, se fueron poco a poco acercando hasta que, sin pensarlo, de pronto estuvo rodeado por una multitud, que escuchaba atenta su relato.
Comió como pudo del plato de cerámica en el que le sirvieron, ya estaba más acostumbrado, por su condición, a devorar los frutos directamente de los árboles y arbustos, luego, llegada la noche se fue a dormir a su hamaca, pero las plumas de sus alas se enredaron en las cuerdas de ésta, y decidió acomodarse en el suelo, como lo había hecho desde que se transformó.
Cuando despertó, apenas se asomaba el sol, miró hacia la mesita de piedra en la que trabajaba sus figuras de barro y arcilla, y lo primero que se le ocurrió fue hacer una estatuilla de su hermana…
Pero apenas lo hizo, y recordó que ya no contaba con sus hábiles manos, trato, sín embargo, de mezclar el barro con agua, pero las puntas de sus plumas le impedían batir la mezcla, cuando por fin lo logró, sus alas estaban llenas de barro, y no sabía cómo quitarlo, trato de hacer una figura sencilla, empezar por algo… un cubo, tal vez, pero al tratar, sólo conseguía figuras deformes y maltrechas sin ningún sentido.
Salió llorando de su vivienda ante la mirada atónita de algunos de sus vecinos que ya se habían levantado y salido a realizar sus actividades cotidianas, caminó casi arrastrando los pies y levantó sus alas al cielo.
-¡Quiero mis manoooos! Gritó desesperado y con arrebato levantó el vuelo y, con un aleteo más enérgico que nunca voló hasta el cenote en el que habían sido transformados.
Se tiró al agua transparente y helada para bucear hasta el lugar en el que habían encontrado al anciano, pero se topó con la aterradora sorpresa de que ya no podía nadar, sus alas y sus largas plumas, mojadas, le dificultaban moverse en el agua, no sabía cómo moverlas, y mientras hacía grandes esfuerzos por tratar de salir a la superficie, el aire de los pulmones se le iba acabando hasta casi perder el sentido.
Sintió que ya no podía más… pero antes de desvanecerse se vio rodeado por una nube de ajolotes, alcanzó a percibir que cientos de los pequeños anfibios lo jalaban con sus mandíbulas y lo empujaban a través del río subterráneo.
Sintió un golpe fuerte en el pecho... ahora estaba boca arriba escupiendo agua a borbotones, el anciano empujaba hacia abajo sobre su tórax con su bastón, una y otra vez, hasta que finalmente dejó de hacerlo, pues Kauil ya respiraba.
-¿Qué buscas aquí?- le dijo Xolotl con expresión de piedra.
El muchacho se incorporó como pudo y se arrodilló ante el anciano, en señal de respeto.
-Quiero mis manos-, le contestó aún jadeando.
-Tendrás que renunciar a tus alas.
-Ya no las quiero, me han hecho muy desgraciado.
-¿No seguías tu sueño?
-No, no era mi sueño, era el de mi hermana, ahora lo he comprendido.
-No te devolveré el amuleto, la deuda de vida de mi amigo el ajolote contigo ya la ha saldado, ¿qué tienes que darme?
Kauil bajó la mirada.
-Nada.
-Tienes un don, quiero un regalo…
*********
A la mañana siguiente, en medio de la selva maya, Kauil se despertó con el primer rayo de sol que se coló por entre la maleza, se levantó sin dificultad, y con alegría se dio cuenta que lo había hecho con la ayuda de sus brazos.
Se miró los dedos, los movió y lleno de emoción lloró de nuevo y besó una y otra vez sus manos morenas y de dedos largos y afilados.
Corrió como loco invadido por la alegría a su casa con una sola idea en la cabeza: cumplir su promesa.
Abrazó a su padre y a su madre al llegar, les tocó el rostro, comió con avidez, como hacía mucho que no lo hacía, y luego corrió al taller de su padre para sentir el barro entre sus dedos.
Pasó dos días y tres noches trabajando sobre una figura, y por fin, cuando la terminó, la contempló con orgullo.
Era Xolotl, con sus largos collares de cuentas al cuello, adornos en las orejas, y un gran penacho… y como era su costumbre, creó la imagen del extraño personaje con la cabeza de un perro.
Ese era su regalo, crear la estatuilla para que su pueblo le rindiera culto como al dios del movimiento.
Gracias a su trabajo, Kauil con el paso de los años se volvió, como su padre, en un respetado alfarero, se unió a una mujer y tuvo siete hijos, quienes, al igual que él, siempre rindieron tributo a Xolotl.
Ya en su vejez, a sus 45 años, una tarde en el que el sol parecía convertir en llamas los nubarrones del horizonte, vio en el cielo un punto que poco a poco, en medida que se acercaba, tomaba la forma de una gigantesca ave blanca.
-¡Los dioses me han concedido vida para volver a verte!-, dijo para sí mismo, mientras reconocía a su hermana, que se acercaba en vuelo majestuoso.
La tuvo frente a sí, con una sonrisa radiante, muy delgada y con las marcas de la edad en el rostro.
Nuevamente sintió las cálidas alas de su amada hermana rodeando su cuerpo, él le correspondió para darle la bienvenida, luego la llevó con tristeza en el rostro le anunció que sus padres habían muerto.
Cuando entró la vivienda de Kauil, le sorprendió ver, sobre una pequeña base de piedras la figura de una mujer alada, se trataba de ella misma, trabajada por las hábiles manos de su hermano… se quedó sin palabras ante la belleza de la estatuilla, y justo cuando iba a decir algo unas voces infantiles irrumpieron en la choza… se trataba de dos niños, que al ver sus gigantescas alas, enmudecieron, pues aunque nunca dudaron de la veracidad de las historias de su padre sobre la tía pájaro, verla frente a ellos era algo realmente impactante.
La noticia de la llegada de Ixchel corrió rápido hasta la ciudad, y pronto había una multitud frente a la casa de Kauil, que, acompañado de la que ahora era su esposa, se esmeraba por preparar un buen manjar de bienvenida para la recién llegada.
Ixchel narró frente a una gran fogata todo lo que había visto en el nuevo mundo, habló de criaturas extrañas de de gente con piel muy blanca y ojos como el cielo… también les contó sobre las razas de piel oscura y pelo rizado que vivía en espesas selvas y grandes desiertos, de los extraños inventos y de las gigantescas casas flotantes, les mostró algunos artefactos que llevaba al cuello de un material que para ellos era desconocido, duro como la piedra pero moldeable al calor, con el que se podían fabricar armas y todo tipo de artefactos.
Días después habló con los sacerdotes y ancianos de la ciudad, a los que también contó sus historias.
Vivió feliz en su pueblo algunas semanas, sin embargo, el viento señalaba para ella nuevos horizontes, nuevas aventuras… y, sin decir mucho, un día emprendió otra vez el vuelo y partió hacia lo desconocido, de un viaje del que tal vez jamás regresaría.
Kauil, por su parte, se quedó mirando cómo su hermana se alejaba, de pronto sintió a su lado el calor de su esposa y sus dos hijos, a quienes rodeó con sus brazos.
Desde el interior de su vivienda, en la penumbra los ojos llameantes de una estatuilla de barro observaban la escena; Xolotl, quien había dejado su forma humana y se había oculto en la figura para burlar eternamente a la muerte, parecía sonreír al ver que finalmente los hermanos habían encontrado sus destinos, y él había hallado el escondite perfecto.
Fin