Ahora que vi Toy Story, me acordé de este cuentito que escribí en el 2007 para mi hija Marijose.
Por Elizandro Arenas
El osito dormilón se preguntaba, ¿por qué llevaba ya tres días boca abajo, detrás de la cama de María?
“Seguramente ha estado muy ocupada con sus tareas”, se decía, “no es normal que pase tanto tiempo sin que me extrañe… aunque, la semana pasada me olvidó en el auto y ahí me tuve que quedar hasta el día siguiente, ¡qué calor hacía ahí adentro!”.
Eran como las 10 de la mañana cuando escuchó los ruidos típicos de la mamá de María, moviendo muebles y agitando la escoba de un lado a otro, escuchó cómo se arrastraba la cama debajo de la que había caído, al fin sería rescatado.
La señora lo agarró del brazo y lo acomodó nuevamente sobre la almohada, en la cama, pues ese había sido su lugar desde que llegó a esa casa.
El osito dormilón era un muñeco con cara, manos y pies de suave peluche, y cuerpo de trapo, sus ojos eran brillantes canicas azules, y vestía un overol blanco con figuritas de colores.
El día en el que lo compraron, estaba sentado en la canasta de flores que le regalaron a la mamá de María, precisamente cuando la pequeña nació, así que el muñeco podía presumir que había estado junto a ella desde el momento en el que la entregaron a sus padres en la maternidad… y que era por eso que lo quería tanto.
Habían pasado 13 años desde entonces, y aunque con algunos remiendos, y con el overol un tanto descolorido, seguía en una pieza, y ocupando un lugar especial entre los objetos de María.
Desde hacía tiempo que notaba que las cosas estaban cambiando, la niña ya no pasaba tanto tiempo en casa, hablaba mucho por teléfono y discutía mucho con sus papás, había dejado de jugar con Ximena, su hermana menor, y pasaba horas frente a la computadora.
Esa tarde, después de ser salvado por la mamá de debajo de la cama, el osito esperó a su amiga pacientemente sentadito en la almohada, sabía que al llegar se alegraría de verlo, pues había estrado extraviado durante tres largos días.
Imaginaba la escena al momento de su llegada: le diría “¡aquí estás Osito Dormilón, ya estaba preocupada, te busqué por todos lados y no te encontraba!”, lo abrazaría y se dormiría con él, como lo hacía todas las noches.
Pasaron las horas y por fin llegó… hablaba mucho y muy rápido, anduvo por la casa de un cuarto a otro, luego, cuando se estuvo quieta por fin, se quedó en el cuarto de la tele, viendo una película musical que había rentado, y no llego hasta su habitación hasta ya muy entrada la noche.
Modorra, porque se había quedado dormida frente al televisor, llegó a la cama, quitó el cobertor y al hacerlo, el osito volvió a quedar atrapado entre el colchón y la pared. Ella ni siquiera lo vio, pues estaba prácticamente dormida.
Ahí se quedó el osito, de cara al frío muro, muy triste, pensando qué había pasado para que su amiga de toda la vida ya no lo quisiera; de sus ojitos salieron lágrimas de bolitas de unicel, pues se lamentaba de su desgracia, ahora era un peluche olvidado.
Mientras lloraba, recordó los momentos felices que vivió con María, las tardes enteras en que hizo de comadrita de las muñecas, tomando el té; la infinidad de veces en que fue el alumno ejemplar en las clases imaginarias de la estricta maestra. Tantas ocasiones en las que, después de una travesura, la pequeña corría hecha un mar de lágrimas y se refugiaba en él, en su osito dormilón, y le platicaba sus penas; recordaba en cuántas fotos había aparecido, siempre en los brazos de su amiga, pues eran inseparables, y pensaba en todos los viajes a los que la había acompañado, pues sabía que sin él, nunca podría a conciliar el sueño.
Al tercer día, cuando la mamá volvió a mover los muebles para hacer el aseo, lo volvió a encontrar, pero en lugar de acomodarlo en la almohada de María, como debía de ser, lo puso en la repisa, sobre el peinador de la niña, en la que estaban todos los demás peluches… de un día para otro, el juguete consentido había pasado a ser un muñeco más.
El tiempo pasó y María ni siquiera se percató de que no estaba, actuaba raro, había pegado un póster en la pared de un cantante muy guapo, quitó el cobertor de princesas y lo cambió por uno en tonos amarillos intensos y verdes, al igual que toda la decoración del dormitorio.
Hablaba con su hermana menor de chicos, de las diferencias que tenía con amigas, de maestros insoportables, y de que nadie en el mundo la entendía, mientras la otra la escuchaba sin mucho interés, pues al mismo tiempo jugaba en voz baja con dos muñecas en las manos.
Los días se hicieron meses, y los meses, años, María pronto cumpliría 15, lo que era para la familia un gran acontecimiento, había que hacer más espacio en el cuarto, pues la mayoría de los espacios estaban ocupados por libros de texto, discos compactos, mucha ropa y una estrafalaria variedad de accesorios de belleza.
Cierta tarde, la mamá de María llegó a la habitación con una gran bolsa negra en sus manos y empezó a poner dentro de ésta todos los muñecos de peluche que quedaban en la repisa, horrorizado, el osito veía cómo uno a uno desaparecían todos sus compañeros en el fondo de la negra bolsa, cuando llegó su turno, y después de que cayó adentro, sintiendo una gran oscuridad a su alrededor, una voz salvadora llegó desde lejos.
En ese momento entró María al cuarto -¿qué haces mamá?
-Voy a regalarle a tus primas todos estos muñecos, son demasiados, y ocupan mucho espacio, no tengo dónde acomodar tus cosméticos y tus perfumes.
-¿Todos, también mi osito dormilón?... ¡no, mi osito dormilón no lo regales!- dijo, se acercó a la bolsa y lo buscó hasta encontrarlo, lo sacó y lo abrazó muy fuerte.
-¡Claro que no,- le dijo mientras lo apretaba contra su cara -a ti nadie te va a llevar a ningún lado, ¿entendiste?
Le dio un beso en la nariz y lo volvió a colocar en su cama, donde había estado durante tantos años.
Ese día osito se sintió el muñeco más feliz de cuanta juguetería existiera, sin embargo, las cosas no cambiaron mucho, aunque estaba de nuevo en su lugar, María ya no dormía con él, pasó a ser un adorno más en el cuarto de su amiga, quien entraba y salía, hablando de tareas, exámenes, fiestas, amigas, y artistas de moda, sin hacerle mucho caso.
Ya nadie jugaba con él, nadie lo abrazaba, ni lo incluía en sus juegos, pensaba que tal vez la hermana menor podría adoptarlo, pero no era así, Ximena entraba ya a los 11 años, y ella siempre había tenido a su muñeco preferido, por lo que sintió que su presencia en la casa ya no era importante.
Una mañana de verano, cuando el sol brillaba en el poniente y entraba una brisa cálida por la ventana, escuchó desde su almohada un gran alboroto desde la sala, los papás de María hablaban de una gran noticia, estaban felices por algo que el osito no alcanzaba a escuchar… ¿qué era lo que los emocionaba tanto?
De pronto escuchó también la voz de su entrañable amiga, quien llegaba de la secundaria… al parecer la gran noticia no la había hecho tan feliz, pues gritaba en un tono que indicaba que estaba a punto de llorar, los papás de ella también levantaron la voz, y, como acostumbraba hacerlo últimamente, corrió a su cuarto y cerró la puerta de un golpe.
Después de que se sentó el la cama y empezó a sollozar, se dio cuenta que su osito estaba a su lado, lo tomó entre sus brazos para que la consolara, y como cuando era niña, le empezó a platicar sus penas.
-Osito, mis papás van a tener un bebé… ¿te das cuenta? ¡Un bebé, a estas alturas!... sí, ya sé que debería de estar contenta con la llegada de un hermanito… pero, todo es tan tranquilo, y las cosas marchan tan bien, que un bebé en esta casa, con pañales, biberones, y todo tipo de juguetes va a hacer que todo se ponga de cabeza… no, osito, no quiero ser egoísta… pero estoy segura de que mis papás en lugar de estar pensando en mi fiesta de 15 años, ahora van a poner toda su atención en ese bebé… te lo digo porque así le pasó a Martha, mi amiga del colegio, luego ya ni caso le hacían. Osito, no sé qué pensar, estoy muy confundida… muy confundida.
Para cuando terminó de hablar, ya estaba acostada con su muñeco en brazos, y así, sollozando, se quedó profundamente dormida.
El osito sintió el calor de su amiga, nuevamente su cariño y la humedad de sus lágrimas en su cuerpecito de trapo, y le ofreció lo mejor que podía, su compañía.
A partir de entonces, cada día María llegaba a la habitación con un comentario diferente, “como siempre, le dije a mi mamá y se le olvidó”, “¿otra vez a revisión médica?, ¡si acaba de ir!”, “están gastando un dineral en ropita, y a mí no me quisieron comprar los jeans que quería”…
Se notaba que no compartía la emoción de la familia, pues hasta su hermanita estaba entusiasmada con la llegada del bebé, en quien veía un nuevo compañero de juegos… para entonces le médico ya les había dicho que sería un varoncito.
El osito dormilón, pacientemente esperaba sobre la cama a que llegara un nuevo momento en el que pudiera estar cerca de su amiga, quería de alguna manera consolarla, y explicarle que pronto se daría cuenta de lo maravilloso que era tener un hermanito, y de lo feliz que sería a su lado, eso era algo que él y todos los muñecos de peluche saben, pero, como no hablan, no lo pueden compartir.
Por fin, le bebé nació, llegó a la casa envuelto en suaves cobijas celestes, con montones de maletas repletas de ropita, bolsas y cajas de regalos llenaron cada rincón de la casa y un olor a leche, talco y pañales se apoderó de todo el ambiente.
María era la última en querer cargarlo, trataba de estar el menos tiempo posible en casa, y el osito dormilón se sentía más abandonado que nunca.
Tal vez su amiga tenía razón, pues no se hablaba más que del recién nacido; de lo que tenía que comer, de sus vacunas, de los dientes que le empezaban a brotar, de las palabras inteligibles que pronunciaba, y hasta del color de su popó.
Cuando el nuevo miembro de la familia había alcanzado los seis meses de edad, una mañana, mientras la mamá de María regaba el jardín y el pequeño observaba desde su portabebé, el osito escuchó un grito agudo desde el jardín.
La madre entró corriendo a la casa y tomó el teléfono, alarmada llamó su esposo para decirle que había recibido la picadura de un bicho, al parecer un escorpión negro, y que empezaba a sentirse mal, desde la habitación el muñeco oyó cómo pedía a su esposo que le llamara a María al colegio, para que se quedara a cuidar al bebé mientras ella era atendida.
En menos de 15 minutos llegó María alarmadísima -¡qué pasó, mamá, dónde fue que te picó ese animal… tienes fiebre!
Justo detrás de ella llegó la ambulancia, y antes de que pudieran darse cuenta, ya habían puesto a su madre en una camilla y le suministraban un antídoto y medicina para bajar la fiebre… el paramédico le informó que tendrían que llevarla al hospital para mantenerla en observación por algunas horas, así que ella tendría que hacerse cargo del pequeño, mientras llegaba su padre.
Por un momento, a María se le vino el mundo encima, no sabía cómo cuidar a su hermanito, estaba sola con él, pues Ximena seguía en el colegio. No dijo nada, sólo asintió con la cabeza, mientras veía cómo se alejaba la ambulancia, paralizada en medio de la calle y con el bebé en brazos.
-Muy bien, enano, ¿ahora qué se supone que voy a hacer contigo?
Lo miró unos momentos, mientras el chiquitín trataba de jugar con uno de sus rizos.
En el transcurso de la mañana trató de entretenerlo con llaveros gigantes de plástico, cubos de esponja con cascabeles ocultos, y muñecos que recitaban el abecedario al oprimirles la panza.
El bebito estuvo tranquilo por unos momentos, pero de rato, empezó a inquietarse, y como todos los niños, rompió a llorar con gritos cada vez más fuertes y constantes.
Su hermana lo mecía y lo llevaba en brazos de un lado a otro, pero todo era inútil, no había nada que pudiera calmarlo, estaba llegando a un punto de desesperación del que no tenía conocimiento hasta entonces.
No supo cómo, pero le llegó la inspiración, se fue a la cocina, llenó un biberón de agua y le puso leche en polvo, para lo que se tardó un buen rato, pues tenía que leer las instrucciones en medio de los berridos de la creatura.
-¡Tranquilo, cálmate ya, estoy tratando de entender cómo se prepara esto, si no te dejas de mover, no voy a poder prepararte nada!
Cuando agitó la botella y puso la mamila en los labios de su hermanito, éste rápidamente la tomó entre sus manos y empezó a beber con avidez.
-Ajá, conque tenías hambre ¿no?
Ella también estaba hambrienta y agotada, se fue a su cama con el pequeñito en brazos y se recostó un rato, viendo cómo el bebé se acurrucaba en su pecho y se quedaba profundamente dormido.
Nunca se había detenido a verlo bien, era la cosa más tierna del mundo, y tanto el aroma que despedía, la suavidad de la piel y el calor que sentía al tenerlo junto a ella, la hacían sentir algo de lo más lindo.
Sintió de pronto tanto amor y tantas ganas de proteger a esa personita indefensa, que le nació del corazón darle un beso en la frente, después de esto se quedó dormida al lado de él.
El osito dormilón, que estaba junto a ellos en la cama, vio complacido la escena, y de haber sido un animalito de verdad, estaba seguro de que hubiera sonreído, pues por fin las cosas estaban mejorando.
El ruido del motor del auto de sus padres, que llegaba a casa, la despertó, mientras el bebé seguía dormido. Tratando de hacer el menor ruido lo tomó entre sus brazos y lo llevó a su cuna, donde éste siguió en sueños, al dejarlo, el chiquito dio un profundo suspiro, e inconscientemente María hizo lo mismo.
Cuando se abrió la puerta de entrada, llegó el resto de su familia, su papá, su mamá y su hermanita.
Ya todos instalados le explicaron que su padre se había ido directo al hospital, y cuando le dijeron que el peligro había pasado, trajo a mamá a casa, y en el camino de vuelta pasaron al colegio para recoger a la hermana menor.
Todos estaban calmados y tranquilos, cuando le preguntaron a María que cómo le había ido con su hermanito, ella contuvo una sonrisa y solamente contestó,-más o menos-, luego se dio la media vuelta y se fue a su cuarto.
Ya en la noche de ese día, mientras mamá y papá veían la tele en su habitación, la chica, en su recámara, tomó al osito dormilón, lo miró y le dio un fuerte abrazo, se puso de pie con él en las manos y caminó rumbo al cuarto de su hermanito.
Para su sorpresa, el bebé estaba despierto en la cuna, mirándose atentamente los pies y tratando de decirles algo, como platicando con ellos.
Cuando la vio, le dedico una dulce sonrisa y le tendió los brazos, María se acercó a él, y sin sacarlo de la cuna le empezó a hablar.
-Perdóname, por todas esas cosas feas que dije de ti, no eran ciertas, lo que pasa, es que tenía un poquito de envidia, de toda la atención que te ponían mis papás, pero ahora entiendo por qué, tú eres en estos momentos quien más la necesita… mírate, ni siquiera puedes ir al baño solo, tienes que andar para todos lados con esos pañalotes.
-Para que veas cuánto te quiero, te voy a dar un regalo muy especial, es algo que vale mucho para mí, porque ha estado conmigo desde que era una bebé como tú, es mi osito dormilón, creo que ahora te hará más compañía a ti que a mí… ¡cuídalo mucho!...
Diciendo esto, puso al muñeco de peluche frente a su hermanito, que estaba sentado sobre su cobijita, como escuchando todo lo que le decía, y al ver al osito, lo agarró de los brazos de trapo y con la boca abierta le dio un beso en la nariz de plástico que lo llenó todo de saliva.
El osito dormilón, al recordar que María hizo exactamente lo mismo, hacía ya casi 15 años, la primera vez que lo pusieron en sus brazos, se sintió inmensamente dichoso, pues supo que a partir de ese momento, iniciaría una vez más una gran amistad, que duraría por muchos… muchos años más…
Pero lo que no sabía, y que descubriría muchos años más tarde, era que, sin importar lo que sucediera, él viviría y ocuparía un lugar muy especial en el corazón de María… para siempre.
FIN
Foto: mi hija Marijose con su osito dormilón.
Nota: ahora que tiene 11 años, sigue durmiendo con él.